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Engaño, miseria, picardía, hambre, tretas, amos, siervos, abandono, dependencia, soledad, traición, necesidad y otra vez engaño. Lázaro es todo eso. Mediante timos y mentiras el Lazarillo alcanza la “madurez”. Una madurez basada en el sacrificio de la conciencia, el autoengaño, la elección de ignorar lo que sabemos para poder vivir en paz.​
 

 

LÁZARO es un montaje hecho de retazos de memoria, roto, a semejanza del protagonista. Tres actores, un montón de ropa, y algo de música serán lo único necesario para contarnos esta crítica ácida a la sociedad de su tiempo, al oír, ver y callar, a la doble moral, que nos devuelve, como un espejo, una imagen clara de lo que aún somos.
 

En el siglo XVI, el imperio más imponente “donde no se ponía el sol”, vaciaba las arcas en las luchas de religión. Paradójicamente, España, extraordinariamente rica, se moría de hambre. Cinco siglos después, la crisis económica, los intereses sustentados por medios opresivos y al amparo de la ley y el poder institucional, se revelan como fundamento tanto de la historia de Lázaro como de la actualidad. Lázaro es el paria, de ayer y de hoy, que logra integrarse en la sociedad porque renuncia a su honra, un privilegio que detentan sólo las clases económicamente fuertes.

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